En Roma, beata Ana María Taigi, madre de familia, que, víctima de la violencia de su marido,
cuidó de él y de sus siete hijos, educándolos convenientemente, y se distinguió, además, por
su atención a las necesidades espirituales y materiales de los pobres y de los enfermos (†
1837).
Nació en 1729 en Siena (Italia). Su padre quedó en la más absoluta pobreza y se fue a vivir a Roma. La pusieron
unos meses en la escuela, pero luego llegó una epidemia de viruela y cerraron la escuela. Ella medio aprendió a leer,
pero no aprendió a escribir. Apenas medio garrapateaba su firma y nada más. Su familia vivía en una mísera casucha
en un barrio pobre de Roma. El papá consiguió trabajo como obrero.
Su padre desahogaba el mal genio que le producía su extrema pobreza, insultándola sin compasión. La mamá también
la humillaba frecuentemente, y a la pobre muchacha no le quedaba otro remedio que callar y ofrecer todo por
amor a Dios.
Aprendió a hacer costuras, y trabajando en el almacén de dos señoras fabricaba ropa de señora, y así ayudaba a conseguir
la alimentación para su familia. Y aunque sus padres, que en vez de conformarse con sus suerte, eran cada
día más irascibles y la trataban con extrema dureza, ella tenía siempre la sonrisa en los labios, tratando de alegrar
un poco la amargada vida de su hogar. Su mayor consuelo y alegría los encontraba en la oración.
Un día en la casa donde trabajaba su padre, le avisaron que quedaba vacante un puesto de sirvienta, y él llevó para allí a Ana María. Poco después la mamá fue admitida allí también
como sirvienta, y así la familia tuvo ya una habitación fija y la alimentación segura. Ana María era una excelente trabajadora y todos en la casa quedaron muy contentos
del modo tan exacto como cumplía sus labores.
Cuando Ana tenía 20 años y era una joven muy hermosa, empezó a encontrarse cada semana con un obrero de 28 años llamado Domingo Taigi que venía a traer mercado a la
familia donde ella trabajaba. Se enamoraron y se casaron. Él era tosco, malgeniado, y duro de carácter, pero buen trabajador, y ella lo irá transformando poco a poco en un buen
cristiano. En su matrimonio tuvieron siete hijos.
Nombre:
Ana (Femenino)
Nacimiento:
El 29 de mayo de 1769 en Siena en la actual Italia
Muerte:
El 9 de junio de 1837 en Roma en la actual Italia
Celebración:
9 de junio
Proceso:
Beatificada el año 1920 por el papa Benedicto XV
Un día en que Domingo y Ana María fueron a visitar la Basílica de San Pedro, un santo sacerdote, el padre Angel, sintió que cuando ella pasaba por frente a él, una voz en la conciencia
le decía: "Fíjese en esa mujer. Dios se la va a confiar para que la dirija espiritualmente. Trabaje por su conversión, que está destinada a hacer mucho bien". El padre grabó
bien la imagen de Ana, pero ella se alejó sin saber aquello que había sucedido.
Y he aquí que nuestra santa empezó a sentir un deseo inmenso de encontrar algún buen sacerdote que la dirigiera espiritualmente, para poder llegar a la santidad. Estuvo en
varios templos pero ningún sacerdote quería comprometerse a darle dirección espiritual. Además era una simple sirvienta analfabeta y llena de hijos. Pocas esperanzas podían
dar una mujer de tal clase.
Pero un día al llegar a un templo vio a un padre confesando y se fue a su confesionario. Era el padre Angel, el cual al verla llegar le dijo:
"Por fin ha venido, buena mujer. La estaba aguardando. Dios la quiere guiar hacia la santidad. No desatienda esta llamada de Dios". Y le contó las palabras que había escuchado
el día que la vio por primera vez en la Basílica de San Pedro.
Desde entonces empieza para Ana María una nueva vida espiritual. Bajo la dirección espiritual del padre Angel comienza a llevar una vida de oración y penitencia, pero por consejo
de su director espiritual deja de hacer ciertas penitencias que le hacían daño para la salud y se dedica a cumplir aquel viejo lema: "La mejor penitencia es la paciencia". En
pleno verano bajo el calor más ardiente, hace el sacrificio de no tomar bebidas refrescantes. Demuestra gran paciencia cuando su marido estalla en arranques de mal genio. Madruga
para tener todo listo para sus hijitos que van a estudiar, y se dedica con todo el esmero posible a educarlos lo mejor posible. Sufre con admirable paciencia las burlas de
muchas personas que la tildan de "beata" y "besaladrillos", etc.
Y sucede entonces algo muy especial. Ana María empieza a ver el futuro en medio de un globo de fuego que se le aparece. Y a su casa llegan a consultarle personas de todas las
clases sociales. Cardenales, sacerdotes, obreros y gente de las más diversas profesiones. A unos anuncia lo que les va a suceder y a otros lo que ya les sucedió. Y a todos da admirables
consejos, ella que ni siquiera sabe firmar.
Domingo Taigi dejó escrito: "Cuando llegaba a mi casa la encontraba llena de gente desconocida que venía a consultar a mi mujer. Pero ella tan pronto me veía, dejaba a cualquiera,
aunque fuera un monseñor o una gran señora y se iba a atenderme, y a servirme la comida, y a ayudarme con ese inmenso cariño de esposa que siempre tuvo para conmigo.
Para mí y para mis hijos, Ana María era la felicidad de la familia. Ella mantenía la paz en el hogar, a pesar de que éramos bastantes y de muy diversos temperamentos. La
nuera era muy mandona y autoritaria y la hacía sufrir bastante, pero jamás Ana María demostraba ira o mal genio. Hacía las observaciones y correcciones que tenía que hacer,
pero con la más exquisita amabilidad. A veces yo llegaba a casa cansado y de mal humor y estallaba en arrebatos de ira, pero ella sabía tratarme de tal manera bien que yo tenía
que calmarme al muy poco rato. Cada mañana nos reunía a todos en casa para una pequeña oración, y cada noche nos volvía reunir para la lectura de un libro espiritual. A los
niños los llevaba siempre a la Santa Misa los domingos y se esmeraba mucho en que recibieran la mejor educación posible".
Para llevarla a la santidad, Dios le permitió muy fuertes sufrimientos, que ella ofrecía siempre por la conversión de los pecadores. Por meses y años tuvo que sufrir una gran
sequedad espiritual y angustias interiores. Antes de morir padeció siete meses de dolorosa agonía. Y a pesar de todo, su eterna sonrisa no desaparecía de sus labios. Sufrió la
pena de ver morir a 4 de sus siete hijos. Además tuvo que sufrir por las calumnias y murmuraciones de la gente.
De varias personas anunció la fecha en que iban a morir y se cumplió exactamente. Anunció también graves peligros y males que iban a llegar a la Santa Iglesia Católica y en
verdad que llegaron. Pidió a Dios y obtuvo de El que mientras que ella viviera no llegara la peste del tifo negro a Roma. Y así sucedió. A los ocho días de su muerte llegó a Roma
la terrible peste.
Murió el 9 de junio de 1867 a la edad de 68 años.
Por su intercesión se han obtenido maravillosos milagros.