Pero en realidad lo que el padre quería era obligarla a abjurar de la peligrosa religión (se había
                    hecho cristiana) y librarla de la persecución. Pero la niña rompió las preciosas estatuitas
                    de los dioses y dio el metal a los pobres. Entonces el padre pasó de las promesas a los castigos: la
                    hizo flagelar y la metió a la cárcel. Como Cristina persistió en su profesión
                    de fe, Urbano la entregó a los jueces que la sometieron a muchos y terribles suplicios. En la
                    cárcel, en donde la metieron llena de llagas, fue consolada y curada por tres ángeles.
                    Como las amenazas y los castigos no surtieron efecto, se pasó a la solución final: le colgaron una
                    pesada piedra en el cuello y la echaron al lago (Bolsena queda a orillas de un
                    gran lago); pero la piedra, sostenida por los ángeles, se convirtió corno en un flotador y sacó la
                    niña a la orilla. 
                    Dios castigó con la muerte al desnaturalizado padre; pero las tribulaciones de Cristina no
                    terminaron. Los jueces no se desanimaron y la siguieron sometiendo a terribles tormentos,
                    como el de la parrilla ardiente, el del horno encendido, el de la mordedura de serpientes venenosas,
                    el del corte de los senos; pero como nada de esto acababa con su vida y
                    ya no se podían inventar más suplicios, resolvieron cortarle la cabeza y así la mandaron al cielo.
                
                
                Fuente: www.santopedia.com/ 
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