prosperado desmesuradamente en la parte oriental del Delta, de
                    tal forma que llegaron a crear un problema a los mismos nativos súbditos
                    del faraón. Al subir otra dinastía, de procedencia netamente egipcia, se generalizó una política
                    de persecución contra los extranjeros semitas, que habían colaborado con los odiados
                    Hiksos. Víctimas de esta política sectaria fueron entre otros los hebreos, que pacíficamente se
                    dedicaban a la cría de rebaños en Gesen. La opresión sobrepasaba toda medida,
                    y Dios iba a intervenir milagrosamente para salvar a su pueblo vinculado a la promesa de
                    bendición hecha al gran antepasado Abraham. Para ello había de preparar al instrumento
                    de su especial providencia. La Biblia recalca estas intervenciones milagrosas de Dios en la vida
                    de Moisés. El niño fue recogido por una princesa egipcia, que se lo llevó a la
                    corte del faraón como hijo adoptivo, dándole el nombre de "Mossu" o Moisés, que en egipcio
                    parece significar simplemente niño. Allí creció formado conforme a la exquisita
                    educación cortesana. El alma egipcia se distingue por su delicadeza y bondad. Conocemos muchas
                    composiciones literarias llenas de belleza estilística y de grandes pensamientos.
                    Quizá el niño hebreo tuvo entre sus manos las maravillosas "Enseñanzas de Amenhemec", que
                    dejarán huella en la literatura sapiencial hebraica.
    
                
                
                
La vida de Moisés en la corte era muelle y distraída entre cantos de harpistas y recitaciones de
                    versos por los escribas. Pero en sus oídos resonaban los gritos de dolor de sus compatriotas
                    que estaban empleados en trabajos forzados en la construcción de una ciudad residencial que llevará
                    el nombre de su fundador Ramsés II. Los capataces egipcios imponían
                    horas agotadoras de trabajo y manejaban el bastón con demasiada frecuencia. Por otra parte los
                    nativos despreciaban a sus compatriotas y les hacían la vida imposible. Un
                    día el joven cortesano Moisés vio que un egipcio estaba abofeteando a un compatriota. La sangre le
                    hirvió en las venas, y en un momento de furor mató al egipcio agresor. Para
                    evitar consecuencias enterró su cadáver en la arena. Pero el hecho trascendió, pues su compatriota,
                    al que había ayudado, le delató ante la opinión pública. El asunto era muy
                    grave, y Moisés tuvo que abandonar la corte para no caer en manos de la policía egipcia. La
                    península del Sinaí con sus estepas era el mejor lugar para huir a las pesquisas de
                    los egipcios. Saliendo de la zona oriental del Delta, donde estaba la corte del faraón, le bastaban
                    unas horas de camino para encontrarse ya en terreno de nadie.
                
                
                
El joven hebreo debió adaptarse a la nueva vida, muy distinta de la complicada de la corte
                    faraónica. Durante años su género de vida será la del beduino que conduce sus rebaños
                    de un lugar a otro en busca de pastos. Pronto entró en relaciones con un jeque-beduino, que como
                    Melquisedec era también sacerdote de su tribu. De su experiencia se aprovechará
                    más tarde para organizar la vida civil de los israelitas. El momento culminante de la vida
                    trashumante de Moisés por las estepas sinaíticas es aquel en que el Dios de Israel se
                    le apareció en una zarza ardiendo, con la declaración solemne: "Yo, soy el Dios de tu padre, el Dios
                    de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". Desde ese momento Moisés
                    tendrá que hacerse cargo de una ardua misión, la de salvar a sus compatriotas de la opresión
                    egipcia. Sin duda que Moisés había oído entre los suyos de las bendiciones especiales
                    que su Dios había prometido a sus antepasados, los gloriosos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob.
                    Ahora Dios se declaró solemnemente vinculado a sus legendarios padres. Pero
                    el nombre de "Dios (Elohim) de Abraham..." le parece demasiado genérico para en nombre suyo
                    presentarse como el liberador de sus compatriotas, y así preguntó a Dios por su
                    nombre específico, que autenticara su misión. En su estancia entre los egipcios había oído hablar de
                    los diversos nombres de sus dioses, y por eso ahora quiere que su "Dios" le
                    revele el nombre concreto que defina su personalidad. La respuesta por parte de Dios no pudo ser más
                    evasiva: a la pregunta inquisidora llena de vana curiosidad "¿Tú quién
                    eres?" respondió: "¡Yo soy el que soy!". Dios quiso rodear de misterio su nombre para que no se le
                    materializara concibiéndole de un modo sensible conforme a cualquier noción
                    basada en la imaginación, En adelante "El que es" ("Yahvé") será la mejor definición de la
                    trascendencia divina. En el Decálogo se prohibirá representar sensiblemente al Dios
                    de los israelitas, que se ha querido definir misteriosamente como: "El que es".
                
                
                
Ahora empieza una nueva etapa de la vida de Moisés. Por orden de su Dios debe volver a Egipto para
                    convencer al faraón de la necesidad de que el pueblo israelita salga hacia
                    el desierto. En los planes de Dios Israel debe aislarse de los otros pueblos hasta adquirir una
                    nueva conciencia religiosa y nacional. En los años de estancia en el país del Nilo se
                    había contaminado con los cultos idolátricos y era preciso despertar en él la añoranza de sus
                    antiguas tradiciones patriarcales en tierra de Canaán, que les iba a ser entregada
                    como heredad. Para ello nada mejor que llevarle a las estepas del Sinaí para hacerle olvidar las
                    idolatrías de Egipto e ilusionarle con la "tierra que mana leche y miel de Canaán.
                    El cometido de Moisés es difícil. El faraón se resistía a desprenderse de aquellos semitas que
                    necesitaba para sus obras de construcción. Por fin, después de los milagros de las
                    plagas permitió que los israelitas se fueran al desierto. Moisés decidió la marcha y en el mes de
                    Abib (Nisán) sus compatriotas celebraron la fiesta agrícola de la Pascua, que este
                    año tenía carácter de despedida, y había de quedar como recuerdo de la liberación de la opresión
                    egipcia. Los israelitas salieron furtivamente con los despojos de los egipcios
                    camino del desierto.
                
                
                
El éxodo no quedó desapercibido. El faraón revocó su permiso y envió un destacamento armado para
                    obligarles a volver. La suerte estaba echada, y Moisés no permitió a los
                    suyos el retorno, y así les animó a correr hacia la estepa, pero llegó un momento en que no pudieron
                    avanzar. Ante ellos se extendía una laguna de agua que les cerraba el paso.
                    De nuevo la intervención taumatúrgica de Moisés salvó la situación. Yahvé envió un viento
                    huracanado, y el agua se retiró de forma que los hebreos pudieron pasar a pie enjuto,
                    Detrás el ejército del faraón entró en su persecución sin apercibirse de la anomalía de la retirada
                    del agua, creyendo fuera la retirada normal de la marea; pero, cuando los israelitas
                    habían pasado, el agua volvió de nuevo y anegó a los soldados y carros del faraón. Es el gran
                    portento del paso del mar Rojo, que será el símbolo de la protección de Yahvé
                    a su pueblo. Durante generaciones los israelitas contarán el gran milagro, que había tenido lugar
                    allá en tiempos de los faraones de la XIX dinastía (s. XIII a. de J. C.).
                
                
                
Pasado el mar Rojo los hebreos se adentraron en la península sinaítica, hasta llegar a una gran
                    montaña, que también iba a tener eco en la tradición israelita. La nueva legislación
                    que iba a enmarcar la teocracia hebrea surgiría en la cima de ese monte donde Yahvé se manifestó a
                    Moisés como "un amigo a otro amigo". Allí se establecieron, en efecto, las
                    bases de la nueva teocracia: de un lado Israel debía reconocer a Yahvé como Dios único,
                    comprometiéndose a guardar sus preceptos, y de otro Yahvé prometía protegerle como
                    pueblo a través de la historia. Sin embargo, este pacto fue roto muchas veces ya en los días de la
                    peregrinación en el desierto. El pueblo hebreo siguió con su propensión a la idolatría,
                    levantando al pie del Sinaí un becerro de oro para adorarle. En la marcha a través del desierto
                    Israel se mostró como pueblo de dura cerviz. Se multiplicaban los milagros
                    (el maná, las codornices, el agua de la roca), pero a la primera contrariedad los hebreos querían
                    abandonar a su Dios y volverse a Egipto. Es el caudillo Moisés el que tuvo que
                    hacer frente a esta obstinación materialista. Durante una generación su vida estuvo consagrada a
                    modelar el alma nacional y religiosa de un pueblo rudo y recalcitrante, y cuando
                    se hallaba ya para entrar en la tierra de promisión murió, haciendo sus últimas recomendaciones de
                    fidelidad a Yahvé. Por una falta misteriosa que la Biblia no especifica, el gran
                    libertador de los israelitas fue privado de entrar en Canaán, término de la larga peregrinación por
                    el desierto.
                
                
                
Su recuerdo permaneció vivo en el pueblo de Israel. "No hubo nunca más en Israel un profeta como
                    Moisés, a quien Yahvé conoció cara a cara". Es la síntesis que de él hace el
                    autor del Deuteronomio. Su obra, la "Ley" constituyó la base de la vida religiosa y política del
                    pueblo elegido hasta los tiempos del Mesías. Jesucristo dirá que no vino a abolirla,
                    sino a perfeccionarla en su pleno sentido espiritualista y ético. Es la mejor consagración de una
                    obra legislativa que giraba en torno al destino excepcional de un pueblo del que
                    había de salir el Salvador del mundo. En la visión del Tabor, Moisés —símbolo de la Ley del Antiguo
                    Testamento—, y Elías —símbolo del profetismo— hacen la escolta de
                    honor al Dios-Mesías. Por eso la Iglesia cristiana, que se considera la heredera del "Israel de las
                    promesas", ha sentido siempre una gran veneración por el gran Legislador y Profeta
                    del Antiguo Testamento.
                
                Fuente:https://es.catholic.net/